Acábate el saldo pero no me dejes
Yo le daba la espalda a la barra del bar y Prado la espalda a la calle. Era uno de esos bares de la zona 10, Búfalo wings creo que se llama. Medio cubetazo y la quejas sarcásticas transpiraban de nuestros poros. La familia, el trabajo, los proyectos inconclusos y los amores inmortales, los que parecen zombies y los convalecientes.
Afuera del bar, ella y él estaban discutiendo. Él, que tenía rasgos como de árabe, se molestó y la dejó hablando sola y se fue. Ella se detuvo frente al bar, encendió un cigarro y fumó. Diez minutos después un cigarro más, y luego un tercero, miraba para todos lados. Al final, Prado y yo ya estábamos en la etapa de hablar sobre los proyectos a futuro con botella en mano como si fuera otra parte de nuestro cuerpo, en eso ella entra, con ese aire a lo Katherine Hepbrun, con ese estilo que me roba el aliento.
Seguir la casaca...
Zapatos de tacón, de esos que son solo cintas, y que seguramente le llegaban a las rodillas; de esos que no entiendo porque me enloquecen tanto y que seguramente arrebataría con los dientes. Pantalón de lona y escote, bajo una chumpa de lona. Esas ropas marca “rásguese antes de coger“. Sin duda, le ha pasado, sin duda. Benditos sean los que han alcanzado ese El Dorado.
Vio a su alrededor, de las cuatro mesas ocupadas del bar, se acercó a la nuestra y dice:
“Ala, alguno de ustedes me presta su celular”.
En 1.521 segundos, con teléfono en mano le digo, “Tomá, usa el mío, pero si me regalas un cigarro”. Kat, como le llamaré a partir de ahora, hizo un ademán de solo este tengo, pero te doy la mitad. Me lo intenta entregar pero no soy capaz de arrebatar un cigarro de la boca, sé lo molesto que es, por lo que le digo que no.
Hace la llamada, y otra llamada y una tercera. Trato de seguir la conversación con Prado pero no podía, estaba atento a lo que Kat decía, solo quería disfrutar escuchando esa voz espesa, esa voz anejada por horas de estar fumando. Terminó las llamadas, y me devolvió el teléfono, da media vuelta y se va.
Con un ademán de mago, evitando que nadie se de cuenta, me acerco el teléfono al rostro para sentir su olor. Tenía que hacerlo, incluso cerré los ojos.
El teléfono quedó perfumado a rosas, coco, maracuyá y un toque de vanilla con un dejo de canela. Quizás algún cítrico y un leve aroma a tabaco. No sé a ciencia cierta si estoy en lo correcto pero esa imágenes vinieron a mi mente. Ella vestida solo con esos tacones, en medio de esas frutas.
Tres metros no separaban, ella ya estaba en la puerta del bar y le grito:“¡Hey! ¿Y si me llaman y preguntan por vos qué digo?... “¡Dígale que se vaya a la mierda!”, –dijo, con los ojos lloros, la voz casi rota, luego siguió su camino-. Llevé el teléfono a mi pecho y baje la cabeza “Como usted diga majestad” dije ente dientes.
Afuera del bar, ella y él estaban discutiendo. Él, que tenía rasgos como de árabe, se molestó y la dejó hablando sola y se fue. Ella se detuvo frente al bar, encendió un cigarro y fumó. Diez minutos después un cigarro más, y luego un tercero, miraba para todos lados. Al final, Prado y yo ya estábamos en la etapa de hablar sobre los proyectos a futuro con botella en mano como si fuera otra parte de nuestro cuerpo, en eso ella entra, con ese aire a lo Katherine Hepbrun, con ese estilo que me roba el aliento.
Seguir la casaca...
Zapatos de tacón, de esos que son solo cintas, y que seguramente le llegaban a las rodillas; de esos que no entiendo porque me enloquecen tanto y que seguramente arrebataría con los dientes. Pantalón de lona y escote, bajo una chumpa de lona. Esas ropas marca “rásguese antes de coger“. Sin duda, le ha pasado, sin duda. Benditos sean los que han alcanzado ese El Dorado.
Vio a su alrededor, de las cuatro mesas ocupadas del bar, se acercó a la nuestra y dice:
“Ala, alguno de ustedes me presta su celular”.
En 1.521 segundos, con teléfono en mano le digo, “Tomá, usa el mío, pero si me regalas un cigarro”. Kat, como le llamaré a partir de ahora, hizo un ademán de solo este tengo, pero te doy la mitad. Me lo intenta entregar pero no soy capaz de arrebatar un cigarro de la boca, sé lo molesto que es, por lo que le digo que no.
Hace la llamada, y otra llamada y una tercera. Trato de seguir la conversación con Prado pero no podía, estaba atento a lo que Kat decía, solo quería disfrutar escuchando esa voz espesa, esa voz anejada por horas de estar fumando. Terminó las llamadas, y me devolvió el teléfono, da media vuelta y se va.
Con un ademán de mago, evitando que nadie se de cuenta, me acerco el teléfono al rostro para sentir su olor. Tenía que hacerlo, incluso cerré los ojos.
El teléfono quedó perfumado a rosas, coco, maracuyá y un toque de vanilla con un dejo de canela. Quizás algún cítrico y un leve aroma a tabaco. No sé a ciencia cierta si estoy en lo correcto pero esa imágenes vinieron a mi mente. Ella vestida solo con esos tacones, en medio de esas frutas.
Tres metros no separaban, ella ya estaba en la puerta del bar y le grito:“¡Hey! ¿Y si me llaman y preguntan por vos qué digo?... “¡Dígale que se vaya a la mierda!”, –dijo, con los ojos lloros, la voz casi rota, luego siguió su camino-. Llevé el teléfono a mi pecho y baje la cabeza “Como usted diga majestad” dije ente dientes.
Comentarios
Fuck. Debiste seguirla y hablar con ella.
Ya me imagino, que puta frustración.