Falsa (te cuento un cuento)
Hace
un tiempo vino al despacho una nueva procuradora y por suerte –o por destino-
me la asignaron a mí. Realmente fea no es, tiene lo suyo. Lo digo con todo
respeto; es decir, de tener la oportunidad, creo que algo haría en esas curvas
y lo haría durante mucho tiempo, me entretendría. Pero no te paresurés, no se
me puede acusar que las haya visto, cuando he podido, con lascivia, no porque
no pueda, simplemente no hago esas cosas. No. Mi mirada, muchas veces esquiva,
no ha sido más que para confirmar que las mujeres son un regalo del universo. Hoy
por hoy, no le he faltado el respeto. Y tengo la certeza que no lo haré.
No
pasó mucho tiempo para que esas curvas fueran tomadas muy en cuenta por los demás
abogados de este despacho. Fue cuando empezó el mobbing. Pese a que estaba asignada
a mi equipo, siempre he creído que cada quien se busca su respeto, en esas
casas no abogaba por nadie. Pero ella actuaba impotente –según yo–.
Todo
cambió cuando este mobbing comenzó a joderme la existencia. Entre más la
acosaban, peor hacía su trabajo. No voy a esconder que me perjudicaba, su
atraso me me hinchaba los huevos, por ello decidí hablar con ella. Le pregunté
si se sentía bien. Respondió que no. Dijo que estaba agobiada de que la
molestaran de esa forma. Que ya no sabía qué hacer. Le aconsejé que exigiera
respeto, que nadie lo podía hacer por ella, incluso le recomendé que fuera a
RR. HH. Pero como suele suceder, dijo que iría y no lo hizo.
Pasaron
los días y sus aflicciones aparentes seguían. Más atormentada aún y más triste,
y en consecuencia, más atrasada. Volví a tocar el tema y le pregunté si no
prefería que yo, por ser su jefe inmediato, intercediera por ella con RR. HH. Con
su venia acudí a ese departamento que, a mi parecer, está de adorno en la
empresa. De por sí la Gerente de Recursos Humanos y yo nunca nos hemos llevado
bien. Hablamos lo necesario. Pero esta vez me puso total atención. El mobbing
se lo toma en serio. Dijo que no lo permitiría y que corroboraría mi versión.
De
pronto el acoso disminuyó. Un mes después, quizá más, me topé con la gerente de
RR.HH. y me dijo para mi sorpresa: “Hablé con su procuradora y negó todo lo que
usted dijo. Claro no le dije que usted me lo había mencionada, y creo que no lo
sospecha. Sin embargo en esta historia uno de los dos está mintiendo. Si usted
de alguna forma se siente celoso por el trato que ella recibe de los demás, debería
darse una vuelta por mi despacho para que lo discutamos”.
Con
una sonrisa gélida recibí la acusación, y con la misma, pedí disculpas por el
mal entendido. Por dentro estallé en ira. Dije para mí, que eso merecía por
creerme un justiciero. Estoicamente recibí el comentario y los que subsiguieron
de parte de la gerente, días después, “me los merezco” me decía, eso me pasa
por meterme en dónde no me llaman.
No
enfrenté a la procuradora. Decidí darle el beneficio de la duda. Supuse que
tuvo miedo, y mil suposiciones más. No le guardé rencor. No le guardo rencor.
Dejé que pasara, que se fuera el enojo, eso sí, archivé el evento en mi base
mental de datos.
Pasaron
los meses y logramos una amistad, una sana y auténtica de mi parte. No diré que
me enamoré. Después de una novia muerta durante la adolescencia, un sinfín de
desplantes y un divorcio en mis veintes tardíos, eso del enamoramiento empieza
a ser casi como una ilusión. Es algo de lo que no se guarda más que un recuerdo
distante junto a la duda ¿en realidad ocurrió?
Entonces,
la amistad con esta procuradora llegó a ser envidiada por todo el despacho. De
alguna manera el mobbing ocurría solo cuando yo no estaba presente. De eso me
di cuenta mucho tiempo después. Ante esta amistad que crecía y a mis 36 uno ya
no pierde el tiempo. Decidí entonces dejar a mis amantes y dedicarle tiempo
real y de valor a la procuradora. Demostrarle que si bien no tenía amor para
ella, si le tenía respeto y un interés sin malas intenciones; comenzamos a
salir.
Creí
llegar a conocerla, creí entender esa “supuesta maldición” de ser atractiva y
de sufrir de acoso a diestra y siniestra. Creí que me mostraba un rostro real y
yo le mostré el mío. Ese que no le muestro a mis amantes. El sujeto sin
defensas, el cursi, el caballero, el idiota. El sujeto que no le avergüenza cocinar,
limpiar, el que invita a su apartamento para pasar un buen momento y no con una
intensión solapada para tener sexo. Vamos, a esta edad eso ya no es un problema
para un hombre o para una mujer (aunque reconozco que se viven épocas de
celibato forzoso). En fin, Le mostré el rostro, le mostré mi mano de cartas porque
me era honesta.
Un
día de tantos, movido por el deseo de tener algo más común y corriente, más
cercano a lo que la sociedad pide, le propuse que saliéramos en serio, conocer
a mis amigos, familia, visitarla en su casa los domingos, todas esos
sobrevalorados ritos sociales. Le ofrecí que viera que si bien aún no sentía
amor, eso llegaba con el tiempo. Que me permitiera demostrarle que hablaba en
serio. Que me gustaría estar con ella pese a las diferencias de edad y de
pensamiento. Aclaro que llegue a esa decisión luego de unas salidas, ciertos
afectos físicos que recibí y de ciertos comentarios que ella me hizo.
Es
decir, con el paso del tiempo y a estas edades, la gente ya no se expone a este
tipo de situaciones sin tener al menos un ápice de certeza ante los signos y
señales que una mujer manda; y claro si uno se expone no lo hará enamorado pues
si todo sale mal ¿qué se hace con todo ese amor? Irónicamente, mi olfato, que
creí era bueno, no evitó toparme con un espejismo. Todo fue –un invento
orquestado por mí y por mi necesidad de estar con alguien–. Eso dijo en
trasfondo, me habló como si fuera un adolescente.
No
discutí, la escuché. Acepté por un momento que había vuelto a ser aquel niño
que se queda embelesado por una mirada o acto de cortesía de una mujer. Lo digo
sin vergüenza. He fracasado muchas veces con las mujeres, en los últimos años
me ha ido tan bien (salvo unos períodos de soledad autoimpuesta), que bueno,
tarde o temprano se pierde. Lo acepté, y traté de ignorar que había vuelto a
ser el papantas de una mujer, al menos sería una buena historia. Incluso me
propuse olvidar las veces que, por estar con ella, tuve que declinar a más de
alguna amante que me proponía llegar a mi cama. Olvidé esas oportunidades de
sexo. No me lo reclamo, fue una apuesta, perdí y lo acepto, total, me había
sido honesta. Ese era mi consuelo, y claro, le ofrecí mi amistad, claro, no de
la misma forma, el que está en la friendzone es porque quiere.
El
mobbing había regresado hacía mucho y yo sin darme cuenta. Sucedía cuando yo no
estaba en el despacho. Un día de tantos, ella explotó y me lo contó todo, con
lágrimas y quejidos. Pocas veces he escuchado a una mujer referirse de sus
compañeros de trabajo de esa forma, incluso me juró que nunca más les hablaría.
Respondí que no tenía que jurarme nada, le sugerí que luego de que le pasará la
frustración les hablara claro. Pero su angustia y enojo eran evidentes, era
como un cachorrito pateado por la vida. Daban ganas de abrazarla, darle un
postre y sobarle la cabeza. Sin embargo, yo, con la primera lección, aquella
del RR. HH. opté solo por escucharla. Total nada perdía. Sumamente molesta insistía
en su desamparo, pero yo solo escuché, era testigo de que lo que ella decía era
verdad por lo que escucharla era lo único que le podía dar.
No
diré que al día siguiente, porque se me acusaría de un mal narrador, por ello
diré que algunos días después, encontré a esta procuradora con los tres sujetos
a los que más odiaba entre risa y risa, abrazo y abrazo. Mi sorpresa fue
evidente. Simplemente en mi cabeza no me explicaba cómo o porqué. Simplemente
no entendía. No entiendía la escena. Quería que alguien, hiciera el favor de
explicarme.
Es
decir, ¿qué ganaba con decir todo eso, durante esas ocasiones que se quejó de
ellos? No era mi atención, definitivamente no lo era, si siempre la tuvo. No
era necesario hacer eso. ¿Por qué hacerlo? Y esto no lo pregunto porque me haya
visto la cara de idiota, es decir, solo quiero entender, lo digo sin rencor.
Perdón, pero quiero entender. Simplemente quisiera saber qué la motiva en la
vida para hacer eso. Qué busca con montar tanta queja, demostrar tanta ira, tanta
frustración, tanto de todo si al final, todo parece ser que lo disfruta. No sé
si eso puede ser la definición de una mujer falsa.
Dije
que le mostré todas mis cartas, sí, es cierto. Pero siempre guardo un as en la
manga. Y ese as me dice que al final, uno se topa con tanta falsedad, que de
pronto hay personas quienes la única forma en que pueden llenar su existencia es
con la atención de los demás, no importa si al final les ofende. No importa si
es atención desinteresada o malintencionada. Atención, atención. Punto, supongo
que así son felices. Me pregunto si, al despertar, al verse en el espejo, puede
reconocerse. ¿Qué verá?
Seguiría
disertando tonterías en la computadora del despacho, pero una amante está por
parquearse frente a mi apartamento y yo no hago esperar a nadie. No me juzguen,
debo aprovechar. Desde hoy, su ex se lleva a las niñas de fin de semana a la
finca. Y esa pobre divorciada necesita un poco de cariño y atención. Si no soy
yo ¿quién se lo va dar?
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